Perdonar no es absolver. No
implica borrar la falta como por arte de magia o hacerla a un lado como si nada
hubiera pasado. El hecho queda registrado en la historia y por tal razón el
pasado siempre está vivo de alguna manera en la memoria. La absolución total y
radical solo existe en la ilusión de lo sobrenatural, en la visión teológica y
religiosa: "Yo te absuelvo". ¿Quien tiene el poder de desvanecer la
falta?
Perdonar no es olvidar. El perdón no es amnesia, entre
otras cosas porque no sería adaptativo borrar el infractor de nuestra base de
datos y quedar por ingenuidad en riesgo de un nuevo ataque.
Perdonar no es otorgar clemencia,
porque no ejercemos la función de jueces, al menos en la vida normal de relación.
No somos quienes para decidir el tipo de castigo o su intensidad. Se puede
odiar sin agredir y se puede castigar sin odiar, como hacen muchos educadores.
Perdonar es no odiar, es extinguir
el rencor y los deseos de venganza. Es negarse a que el resentimiento siga
echando raíces.
El perdón requiere tiempo. El perdón fácil es
sospechoso.
El perdón es un regalo que se hace a los demás y a uno
mismo, con el fin de aliviar la carga del resentimiento o de la culpa: es un
descanso merecido para el corazón.
Hay ocasiones en que el desgaste que genera el rencor
es tal, que la persona decide perdonar como un acto de supervivencia. "Me
canse de odiar". No hay amor, ni compasión, ni comprensión, solo cansancio
esencial que se revierte sobre uno mismo: odiar al odio.
No odiar no es dejar de combatir,sino enfrentar la situación de manera serena. ¿Puedo pelear o defenderme de mis
enemigos sin odiarlos? Pienso que sí. De eso se trata el perdón. No es
abdicar a la justicia, sino ejercerla sin rencor, sin ira, sin aberraciones
violentas. "Perdono, pero exijo justicia", no por rencor, sino por
principio.
Tomado de Walter Riso
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