Cuando hablamos de mantener vivo el niño interior, nos
referimos a que el hombre no pierda de vista aquellas virtudes propias de la
infancia que, con el transcurso de la vida, se van dejando de lado. Esas
cualidades se encuentran en su fuero más profundo y el hombre adulto tiene la
capacidad de desarrollarlas para vivir plenamente, superando los obstáculos e
intentando concretar ese potencial que le permitirá ser más feliz. Aquí se
enumeran aquellas cualidades propias de la niñez que es importante cuidar y por
las que es positivo mantener vivo al niño que todos llevamos dentro.
Gracias a la capacidad de asombro,
los niños van descubriendo el mundo que los rodea. Su curiosidad los motiva a
aprender cosas nuevas todos los días y viven cada revelación como sorprendente.
A medida que las personas crecen, van madurando y su capacidad de asombro
disminuye. El mundo deja de sorprenderlos con tanta fuerza, y la mayoría de las
cuestiones del día a día se van normalizando y no llaman su atención. En los
tiempos que corren, con la aceleración con que el hombre se maneja, el estrés y
la sobrestimulación externa muchas veces juegan en contra a la hora de
asombrarse por motus propio. Por eso debe recurrir constantemente a formas de
entretenimiento que lo sorprendan por fuera de su interior.
Si hay algo en lo que nadie puede
discrepar es en la inocencia de los niños. Su inmadurez, su corta vivencia, sus
pocas experiencias tanto buenas como malas le permiten manejarse de manera
natural, confiando en quienes lo rodean y sobre todo: pensando bien de los demás.
El hombre maduro tiene la capacidad y el defecto de pensar mal de los demás por
anticipado, aún sin conocer demasiado a la otra persona. Tal es así que muchos
hombres suelen decir “Piensa mal y acertarás”, creyéndose más inteligentes que
el resto. Los niños nunca piensan mal de los demás y esa inocencia se va
perdiendo al crecer y al despertarse la malicia que muchas veces nos servirá
para estar más despiertos, pero nos quitará la inocencia y la oportunidad de
vivir una experiencia sin juzgar los resultados previamente.
Capacidad de olvido y perdón
La falta de rencor es una de aquellas
materias que los hombres siempre tendrán pendientes si de aprender de los niños
se trata. Un sentimiento que no puede ayudar en nada a quien lo experimenta y
que por el contrario lo arraiga a una experiencia del pasado no resuelta. Si a
un niño lo lastiman, olvida inmediatamente lo que aquella persona le hizo y
enseguida está jugando nuevamente con ella. El hombre adulto se queda en el
dolor mucho tiempo, lo muerde, se retuerce, sufre y no saca nada positivo de
allí. Incluso cuando cree perdonar, no logra olvidar, porque lo que no ha
perdonado del todo. ¿Cuántas veces hemos oído la frase “Yo perdono pero no
olvido” como si fuera una declaración de la cual presumir y estar orgulloso?
El niño no tiene preconceptos
instalados en su mente. No juzga previamente antes de conocer a los demás. No
cree en bandos, razas, grupos de gente diferentes a él mismo, y las diferencias
físicas que estén a la vista las mencionarán de frente y sin tapujos, pero sin
adjudicarle a esas diferencias ningún otro significado relacionado a la
personalidad del otro. Esta carencia de prejuicios que caracteriza a los niños
se debe a su baja contaminación social. La experiencia de vida en sociedad va
transformando esas mentes inocentes sin conceptos previos y con el transcurso
de la vida del hombre, se van agregando un montón de significados asociados a
las demás personas, corrompiendo esa ingenuidad inicial.
Los niños tienen la capacidad de ser
genuinos. Su honestidad natural los hace directos al expresarse, y ser
auténticos para lo que sea que quieran decir, con una simpleza admirable. Los
chicos no saben mentir realmente, no son hipócritas, ni conocen de simulación.
Nunca mienten para hacer daño a alguien o para liberarse conscientemente de una
responsabilidad. Cuando mienten son tan evidentes que causan ternura, porque su
fantasía para inventar es infinita. A las personas adultas les cuesta ser
totalmente reales, lo cual es una pena porque la sinceridad es el cimiento para
muchos otros principios valiosos como la confianza y el respeto.
Los niños son naturales, no tienen barreras
para expresarse y lo hacen con despojo total. No tienen miedo al ridículo y su
espontaneidad innata es envidiable para los adultos. No conocen de falsedad,
porque además no tienen conciencia del compromiso y las responsabilidades
sociales. A medida que uno crece, va perdiendo esa naturalidad y se vuelve
mucho más medido a la hora de expresarse y cuidadoso al elegir cada palabra,
cada gesto y movimiento en la comunicación. Muchas veces eso puede sugerir una
madurez positiva, pero otras se está perdiendo la espontaneidad natural que
hace a cada persona diferente a las demás.
Los niños creen en lo que se les dice
y mágicamente se apropian de lo que oyeron sin analizarlo más tiempo. Tienen
plena confianza en lo que se les transmite y nunca lo ponen en duda. Muchos
padres primerizos se divierten haciéndole creer a sus hijos explicaciones que
sonarían ridículas a oídos mayores y se asombran de la capacidad de
credibilidad con la que cuentan antes sus menores. El adulto pierde por
completo esa capacidad de confiar sin más y necesita poner en tela de juicio
todo lo que ve y escucha antes de hacerlo propio. Parte de la madurez radica en
dicha capacidad de análisis, pero que lamentablemente viene aparejada de la
desconfianza de todo lo que nos rodea.
Si hay algo que diferencia a los
niños de los adultos son las ganas levantarse por la mañana. Los niños están
ansiosos por comenzar cada día, por eso suelen despertarse tan temprano y
enseguida pueden saltar de la cama y comenzar a moverse y a hablar sin parar.
El adulto desearía poder levantarse tarde, se despierta deseando dormir más.
Por supuesto, los años no vienen solos y existe además un desgaste físico que
justifica esta actitud, una diferencia de cansancio entre un mayor y menor.
Pero hay además una diferencia de espíritu: el niño disfruta de iniciar cada
día por el solo entusiasmo de vivir simplemente. El adulto despotrica por tener
que madrugar y comenzar otro día y olvida la el placer y la gracia que
significa vivir un día más de vida.
Capacidad de entretenimiento
Todo niño tiene la capacidad de jugar
con lo que sea, en cualquier momento y en cualquier lugar. Tiene la facilidad
de hacer de una caja de cartón o de la simple capacidad de correr la aventura
más increíble. Los chicos se divierten con lo más simple porque sencillamente
encierran en sí mismos la capacidad de entretenerse sin requerir más. En
contraposición, el adulto necesita buscar continuamente estimulación externa
que lo distraiga: la televisión, la computadora, los vicios, incluso el
trabajo.
El niño tiene la capacidad de crear
un mundo fantástico alrededor suyo y ver las maravillas más inusitadas donde un
adulto no ve nada más que el mundo real. Un jardín puede ser la selva más
peligrosa y el espacio debajo de una mesa, el refugio más sagrado. Su
creatividad no tiene límites, que recién comienzan a llegar al crecer. Con el
paso del tiempo, la mente va incorporando estructuras mentales que comienzan a
levantar muros a esa imaginación sin fronteras que se tenía en la infancia. Una
buena manera de conservar parte de esa fantasía en la adultez es desarrollando
alguna de las formas del arte.
Escrito por Eugenia
Orbe
“El niño que
no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió, para siempre al niño
que vivía en él y que le hará mucha falta.”
Pablo Neruda
Un
niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto:
a
ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir
con todas sus fuerzas aquello que desea.
Paulo Coelho